sábado, 22 de octubre de 2016

EL IMPERIO BIZANTINO CON JUSTINIANO (527-565)


Tras la desaparición del Imperio Romano de Occidente a manos de los bárbaros, la parte oriental, bizantina, poco a poco se fue diferenciando al ir helenizándose su cultura: se impuso el griego al latín como lengua oficial culta, así  como la figura del "basileus" griego frente al "imperator" latino. En el siglo VI el emperador Justiniano intentó reconquistar el viejo imperio occidental, logrando ocupar la totalidad de la península italiana y Roma, así como la Mauritania del norte de África y el sur de la Península Ibérica y Baleares. El esfuerzo conquistador fue difícil de mantener y, a la muerte de Justiniano en el año 565, las conquistas se fueron perdiendo progresivamente y Bizancio entró en una lenta decadencia de nueve siglos. En estas centurias el divorcio con occidente fue cada vez a más, con la helenización mencionada, que alcanzó su punto máximo en 1054, cuando la iglesia cristiana oriental opta por el cisma con Roma. Nacía la rama ortodoxa del cristianismo o iglesia "griega", bajo la autoridad del Patriarca de Constantinopla frente al Papa católico de Roma.
Desde los inicios del imperio de Bizancio, los enemigos reales serían los orientales: los persas primero, los musulmanes después, desde el siglo VII. Ese peligro musulmán, primero de los califatos Omeya y Abasí y más tarde de los turcos, provocó la llamada de socorro desde el siglo XI al renacido occidente, cuya ayuda llegó en forma de varias "cruzadas". Más que aliados, la mayoría de las veces, los cruzados occidentales saqueaban frecuentemente Constantinopla, atraídos por sus riquezas. Desde el siglo XIV se cortan esas ayudas al empezar la crisis final del Medievo occidental y la agonía de Bizancio fue imparable hasta la caída final en 1453, con el asalto a turco a Constantinopla y la muerte del último emperador Miguel Celulario. Finalizaba así la Edad Media, un milenio después de la caída de Roma. Concluía una brillante civilización, con maravillas arquitectónicas como la basílica de Santa Sofía de Constantinopla o los mosaicos de San Vital de Rávena.


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